martes, 9 de diciembre de 2008

ASEO PERSONAL






Aseo personal en la edad media:





En la edad media existía la creencia de que “lavarse o bañarse mucho resultaba dañino, puesto que los niños se volvían blandos”. Por entonces, la bañera era un objeto más o menos decorativo que se usaba “para guardar trastos y que recobraba su función original un día al año, el de San Silvestre. Los miembros de la burguesía de fines del siglo XIX sólo se bañaban cuando estaban enfermos o iban a contraer matrimonio”. Esta mentalidad, que hoy resulta impensable, era habitual hasta hace poco. Es más, si viviéramos en el siglo XVIII, nos bañaríamos una sola vez en la vida, nos empolvaríamos los cabellos en lugar de lavarlos con agua y champú, y tendríamos que dar saltos para no pisar los excrementos esparcidos por las calles.
Curiosamente, en la Antigüedad los seres humanos no eran tan “sucios”. Conscientes de la necesidad de cuidar el cuerpo, los romanos pasaban mucho tiempo en las termas colectivas bajo los auspicios de la diosa Higiea, protectora de la salud, de cuyo nombre deriva la palabra higiene. Esta costumbre se extendió a Oriente, donde los baños turcos se convirtieron en centros de la vida social, y pervivió durante la Edad Media. En las ciudades medievales, los hombres se bañaban con asiduidad y hacían sus necesidades en las letrinas públicas, vestigios de la época romana, o en el orinal, otro invento romano de uso privado; y las mujeres se bañaban y perfumaban, se arreglaban el cabello y frecuentaban las lavanderías. Lo que no estaba tan limpio era la calle, dado que los residuos y las aguas servidas se tiraban por la ventana a la voz de “agua va!”, lo cual obligaba a caminar mirando hacia arriba.









Los excrementos humanos se vendían como abono:





Todo se reciclaba. Había gente dedicada a recoger los excrementos de los pozos negros para venderlos como estiércol. Los tintoreros guardaban en grandes tinajas la orina, que después usaban para lavar pieles y blanquear telas. Los huesos se trituraban para hacer abono. Lo que no se reciclaba quedaba en la calle, porque los servicios públicos de higiene no existían o eran insuficientes. En las ciudades, las tareas de limpieza se limitaban a las vías principales, como las que recorrían los peregrinos y las carrozas de grandes personajes que iban a ver al Papa en la Roma del siglo XVII, habitualmente muy sucia. Las autoridades contrataban a criadores de cerdos para que sus animales, como buenos omnívoros, hicieran desaparecer los restos de los mercados y plazas públicas, o bien se encomendaban a la lluvia, que de tanto en tanto se encargaba arrastrar los desperdicios.
En verano, los residuos se secaban y mezclaban con la arena del pavimento; en invierno, las lluvias levantaban los empedrados, diluían los desperdicios convirtiendo las calles en lodazales y arrastraban los residuos blandos los sumideros que desembocaban en el Manzanares, destino final de todos los desechos humanos y animales. Y si las ciudades estaban sucias, las personas no estaban mucho mejor. La higiene corporal también retrocedió a partir del Renacimiento debido a una percepción más puritana del cuerpo, que se consideraba tabú, y a la aparición de enfermedades como la sífilis o la peste, que se propagaban sin que ningún científico pudiera explicar la causa.
Los médicos del siglo XVI creían que el agua, sobre todo caliente, debilitaba los órganos y dejaba el cuerpo expuesto a los aires malsanos, y que si penetraba a través de los poros podía transmitir todo tipo de males. Incluso empezó a difundirse la idea de que una capa de suciedad protegía contra las enfermedades y que, por lo tanto, el aseo personal debía realizarse “en seco”, sólo con una toalla limpia para frotar las partes visibles del organismo. Un texto difundido en Basilea en el siglo XVII recomendaba que “los niños se limpiaran el rostro y los ojos con un trapo blanco, lo que quita la mugre y deja a la tez y al color toda su naturalidad. Lavarse con agua es perjudicial a la vista, provoca males de dientes y catarros, empalidece el rostro y lo hace más sensible al frío en invierno y a la resecación en verano.









Un artefacto de alto riesgo llamado bañera:





Según el francés Georges Vigarello, autor de Lo limpio y lo sucio, un interesante estudio sobre la higiene del cuerno en Europa, el rechazo al agua llegaba a los más altos estratos sociales. En tiempos de Luis XIV, las damas más entusiastas del aseo se bañaban como mucho dos veces al año, y el propio rey sólo lo hacía por prescripción médica y con las debidas precauciones, como demuestra este relato de uno de sus médicos privados: “Hice preparar el baño, el rey entró en él a las 10 y durante el resto de la jornada se sintió pesado, con un dolor sordo de cabeza, lo que nunca le había ocurrido... No quise insistir en el baño, habiendo observado suficientes circunstancias desfavorables para hacer que el rey lo abandonase”. Con el cuerno prisionero de sus miserias, la higiene se trasladó a la ropa, cuanto más blanca mejor. Los ricos se “lavaban” cambiándose con frecuencia de camisa, que supuestamente absorbía la suciedad corporal.









Aires ilustrados para terminar con los malos olores:





Tanta suciedad no podía durar mucho tiempo más y cuando los desagradables olores amenazaban con arruinar la civilización occidental, llegaron los avances científicos y las ideas ilustradas del siglo XVIII para ventilar la vida de los europeos. Poco a poco volvieron a instalarse letrinas colectivas en las casas y se prohibió desechar los excrementos por la ventana, al tiempo que se aconsejaba a los habitantes de las ciudades que aflojasen la basura en los espacios asignados para eso. En 1774, el sueco Karl Wilhehm Scheele descubrió el cloro, sustancia que combinada con agua blanqueaba los objetos y mezclada con una solución de sodio era un eficaz desinfectante. Así nació la lavandina, en aquel momento un gran pasó para la humanidad.









Tuberías y retretes: la revolución higiénica:





En el siglo XIX, el desarrollo del urbanismo permitió la creación de mecanismos para eliminar las aguas residuales en todas las nuevas construcciones. Al tiempo que las tuberías y los retretes ingleses (WC) se extendían por toda Europa, se organizaban las primeras exposiciones y conferencias sobre higiene. A medida que se descubrían nuevas bacterias y su papel clave en las infecciones —peste, cólera, tifus, fiebre amarilla—, se asumía que era posible protegerse de ellas con medidas tan simples como lavarse las manos y practicar el aseo diario con agua y jabón. En 1847, el médico húngaro Ignacio Semmelweis determinó el origen infeccioso de la fiebre puerperal después del parto y comprobó que las medidas de higiene reducían la mortalidad. En 1869, el escocés Joseph Lister, basándose en los trabajos de Pasteur, usó por primera vez la antisepsia en cirugía.
Jabón: (del latín tardío sapo, -ōnis, y este del germánico *saipôn) es un producto que sirve para la higiene personal y para lavar determinados objetos. En nuestros tiempos también es empleado para decorar el cuarto de baño. Se encuentra en pastilla, en polvo o en crema. En sentido estricto, existe una gran diferencia entre lo que es un jabón, un detergente y un champú.









Historia





El nacimiento del jabón data desde el inicio de los tiempos. Este artículo de limpieza existe desde hace mucho tiempo. Los sumerios, 3000 años a.C. ya fabricaban el jabón; hervían diversos álcalis juntos y utilizaban su residuo para lavarse. Los antiguos egipcios ya utilizaban un producto jabonoso que consistía en una mezcla de agua, aceite y ceras vegetales o animales, fórmula que fue utilizada también por los griegos y los romanos, estos últimos los cuales conocieron una forma de jabón particularmente a través de los galos. Plinio el Viejo, historiador romano, menciona un ungüento de ceniza de haya y grasa de cabra que los galos utilizaban como untura para el cabello. En las excavaciones de la ciudad de Pompeya se ha descubierto una fábrica de jabón que data de más de 1900 años. Galeno menciona el jabón usado específicamente para el lavado en el siglo II.
En el siglo VII ya se conocía en casi todo el sur de Europa, por estos siglos existía una potente industria en España e Italia y algunos atribuyen a la ciudad italiana Savona ser una de las primeras en elaborar un jabón de aceite de oliva que también hacían los musulmanes, y que se conoce en España y en todo el mundo como "jabón de Castilla". En la edad Media el jabón era un artículo ya de uso general. En el siglo XV aparece el jabón de Marsella, el precursor de los jabones actuales[cita requerida], preparado con una mezcla de huesos (ricos en potasio) y grasas vegetales. La industria jabonera floreció en las ciudades costeras del Mediterráneo, favorecidas por la abundante presencia del aceite de oliva y la sosa natural. Durante la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses desarrollaron un tipo de jabón que podía utilizarse con agua del mar, pensando en los marines destinados en el Pacífico: así nació el jabón dermatológico, el menos agresivo de todos los jabones.









Champú





Es un producto para el cuidado del cabello, usado para limpiarlo de suciedad, la grasa formada por las glándulas sebáceas, escamas de piel y en general partículas contaminantes que gradualmente se acumulan en el cabello.
Cuando mezclamos champú con agua, se convierte en un tensoactivo, el cual mientras limpia el cabello y cuero cabelludo, puede quitar el sebo que lubrica la base del cabello.
Después de usar el champú puede usarse un acondicionador, para dejar el cabello más fácil de peinar y más suave.





Historia





El término y el servicio fueron introducidos en Gran Bretaña por Sake Dean Mahomed, que abrió unos baños de "shampoo" conocidos como Mahomed's Indian Vapour Baths (Baños Indios de Vapor de Mahoma) en Brighton en 1759. Estos baños eran similares a los baños turcos, pero los clientes recibían un tratamiento indio de champi (masaje terapéutico). Sus servicios eran muy apreciados, y Mahomed recibió el alto honor de ser nombrado "Cirujano de champú" para los reyes Jorge IV y Guillermo IV.
En los primeros tiempos del shampoo, los peluqueros ingleses hervían jabón en agua y añadían hierbas aromáticas para dar brillo y fragancia al pelo. Kasey Hebert fue el primer fabricante conocido de champú, y su origen aún se le atribuye a él. Hebert vendió su primer champú, con el nombre de "Shaempoo" en las calles de Londres.
Originalmente, el jabón y el champú eran productos muy similares; ambos contenían surfactantes, un tipo de detergente. El champú moderno, tal como se lo conoce en la actualidad, fue introducido por primera vez en la década de 1930 con "Drene", el primer champú sintético (no jabonoso).





Clases de Champús:















  • Completamente Naturales
    Algunas compañías usan los términos de "naturales", "orgánicos" o "botánicos" para todos o algunos de sus ingredientes (como extractos de plantas), la mayoría de las veces mezclándolos con un surfactante común. La efectividad de estos ingredientes orgánicos es dudosa y controvertida.
    Alternativos
    Los champús alternativos, alguna veces llamados libres de SLS tienen menos cantidad de productos químicos agresivos, típicamente, ninguno de la familia de los sulfatos. Mientras claman ser más suaves para el cabello humano, estos champús en general deben ser aplicados varias veces para que remuevan toda la suciedad.



  • Para bebés


El champú para bebés está formulado para que sea menos irritante para los ojos. Muchos de ellos contienen lauret sulfato de sodio y/o lauril sulfato de sodio, el surfactante más suave de la familia de los sulfatos. Alternativamente, el champú para bebés podría formularse usando otras clases de surfactantes, especialmente los no iónicos, los cuales son mucho más suaves que cualquiera de los aniónicos usados.












  • Para animales
    El champú para animales (como por ejemplo los perros o gatos) debe estar especialmente formulado para ellos, ya que su piel tiene menos capas de células que la piel humana. La piel de gatos tiene 2 o 3 capas, mientras que la de perros tiene de 3 a 5 capas. La piel humana, en contraste tiene de 10 a 15 capas. Este es un claro ejemplo de porque nunca se debería usar champú de bebes con gatos o perros.
    El champú para animales podría contener insecticidas u otros componentes para el mantenimiento y tratamiento de la piel para parásitos como la pulga o sarna. Es importante recordar que aunque muchos champúes para personas son apropiados para uso animal, aquellos productos que contengan ingredientes activos como zinc en los anticaspa, son potencialmente tóxicos cuando son ingeridos en grandes cantidades por animales y habría que ser especialmente cuidadosos y evitar el uso de estos productos en animales.





seda dental o hilo dental:



hilo dental (en España, seda dental) es un conjunto de finos filamentos de nylon o plástico (comúnmente teflón o polietileno) usado para retirar pequeños trozos de comida y placa dental de los dientes. El hilo se introduce entre los dientes y se hace recorrer el borde de los dientes, en especial por la zona cercana a la encía, algo que combinado con el cepillado de dientes previene infecciones de las encías, halitosis y caries dentales.










Historia






El hilo dental es un invento antiguo. Investigadores han hallado restos de hilo dental en dientes de humanos prehistóricos[1].
Levi Spear Parmly, un dentista de Nueva Orleans está reconocido como el inventor del hilo dental tal y como lo conocemos actualmente. A través de su consulta comenzó a recomendar a sus pacientes que utilizasen para limpiarse los dientes hilo de seda desde 1815.
Sin embargo, el hilo dental aún no estaba disponible para los consumidores hasta que la compañía Codman & Shurtleft comenzó a fabricar hilo de seda en 1882. En 1898, la compañía Johnson & Johnson Corporation recibió la primera patente para fabricar el hilo dental. Otras compañías que empezaron a fabricar este producto fueron Red Cross, Salter Sill Co. y Brunswick.
El uso del hilo dental fue casi nulo hasta la Segunda Guerra Mundial. Es entonces cuando el Dr. Charles C. Bass desarrolla el hilo de nylon. Este hilo consiguió desbancar al de seda debido a su gran resistencia a la abrasión y a su elasticidad.







Cepillo dental:






es un cepillo con mango alargado utilizado para cepillarse los dientes, con la finalidad de limpiarlos. Muchas culturas tradicionales alrededor del mundo han limpiado sus dientes frotando ramas de árbol o trozos de madera desde tiempos inmemoriales. También se han frotado con tiza o soda caliente.
Según la Asociación Dental Estadounidense, el primer cepillo de dientes lo creó en 1498 un emperador chino que puso cerdas de puerco en un mango de hueso. Los mercaderes que visitaban China introdujeron el cepillo entre los europeos si bien, no fueron muy comunes en occidente hasta el siglo XVII. Sin embargo, en aquellos tiempos los europeos preferían cepillos de dientes más blandos confeccionados con pelos de caballo. También era común mondarse los dientes tras la comida con una pluma de ave o utilizar mondadientes de bronce o plata. Existió no obstante, un método más antiguo de cepillarse los dientes con un trozo de tela que se utilizaba en Europa desde tiempos de los romanos. En cualquier caso, los cepillos no se popularizaron en el mundo occidental hasta el siglo XIX.










Cepillo con cerdas de pelo de cerdo:






Las cerdas naturales fueron reemplazadas por un material artificial (nailon) gracias al lanzamiento realizado por Du Pont en el año 1938. El nailon presentaba varias ventajas frente a las cerdas de animales: era rígido, indeformable y no era atacado por la humedad evitando el consiguiente riesgo de infecciones. Sin embargo, al principio las cerdas eran tan rígidas que causaban serias molestias en los usuarios e incluso daños en las encías; por lo que los dentistas eran muy reacios a recomendarlos. Du Pont desarrolló nailon blando y en 1950 sacó al mercado cepillos con dichas fibras.










Cepillo de dientes eléctrico:

El primer cepillo de dientes eléctrico, el Broxodent, fue presentado por Squibb Pharmaceutical en el centenario de la American Dental Association en 1959. Poco más tarde la General Electric creó el cepillo de dientes eléctrico sin cable accionado por pilas.
En 1987 se puso a la venta el cepillo eléctrico rotatorio Interplak, que supuso un nuevo avance.
El cepillo eléctrico que vibra mayor frecuencia es el Philips Sonicare. Este cepillo hace vibrar las cerdas mediante un campo magnético variable que actúa sobre imanes unidos a las cerdas, así, este cepillo consigue proyectar la mezcla de agua y pasta de dientes entre los espacios interproximales (espacios entre diente y diente).
Ningún cepillo puede limpiar del todo el espacio interproximal. Sólo un correcto uso diario del Hilo Dental puede limpiar por completo este espacio.










Crema dental:






La pasta de dientes o dentífrico se usa para la limpieza dental, casi siempre con un cepillo de dientes. Suelen contener flúor como monofluorfosfato de sodio (Na2PO3F) y fluoruro de sodio (NaF).
La primera pasta dentífrica fue creada por los egipcios hace 4000 años y era llamada clister. Para fabricarla se mezclaba piedra pómez pulverizada, sal, pimienta, agua, uñas de buey, cáscara de huevo y mirra. En Grecia y Roma, las pastas de dientes estaban basadas en orina. Sin embargo, el dentífrico no sería de uso común hasta el siglo XIX.
A comienzos del sigo XIX, la pasta de dientes era usada con agua, pero los antisépticos bucales pronto ganarían popularidad. Los dentífricos de andar por casa tenían tiza, ladrillo pulverizado, y sal como ingredientes comunes. En 1866, la Home Cyclopedia recomendó el carbón de leña pulverizado, y advirtió que ciertos dentífricos patentados y comerciales hacían daño. El tubo flexible donde se envasa la pasta fue obra de la empresa Colgate.
La pasta de dientes con rayas se logra colocando pastas de dos colores diferentes, contenidas en cámaras separadas dentro del envase. Al apretar el tubo, éste empuja la pasta de las distintas partes por la boquilla, creando el efecto “rayado”. Actualmente, este tipo de pasta de dientes no se consigue mediante la separación de las pastas de diferentes colores en celdas dentro del tubo, sino mediante un juego de diferentes densidades. Las pastas de distintos colores, se encuentran diferenciadas dentro del tubo, por ejemplo, de la siguiente manera: la blanca en la parte inferior por su menor densidad y la azul o roja en la superior con una mayor densidad es la encargada de dibujar las estrías. Es el diseño de la boquilla el encargado de repartir ambos componentes realizando el curioso dibujo. Esta boquilla lleva inmersa en su parte inferior, una extremidad igual a la que se ve en la parte superior. La parte sumergida llega hasta la pasta blanca atravesando la azul o roja aproximadamente 1 centímetro, la parte del tubo en contacto con la pasta superior se encuentra perforada y estriada en sus caras interiores de forma que distribuye el dibujo de rayado a modo de "canales".
También hay una forma de producir dentifrico casero, para lo que se necesita mezclar 3 porciones de bicarbonato de sodio, una porción de sal, glicerina y esencia a menta para un sabor fresco.







Desorante:






desodorante es una sustancia que se aplica al cuerpo, especialmente en axilas, para reducir el olor de la transpiración.
El sudor humano es inodoro. El olor es causado por una bacteria que prospera en entornos calientes y húmedos. Este olor está mal visto en muchas culturas puesto que parecen indicar una mala higiene personal (no siempre es así) y por el desagradable olor; de ahí el deseo de eliminarlo.
Los desodorantes trabajan de la siguiente forma:
Inhibe el crecimiento de la bacteria que genera el olor. Esto se consigue con compuestos químicos antibacterianos.
Incluyen fragancias y perfumes para enmascarar el olor de la traspiración.
Los desodorantes se aplican con un aerosol, en forma líquida (mediante pulverizador o con una bolilla llamada roll-on). También existe el desodorante en barra que viene un estado sólido (aunque lo suficiente blando) y en gel.
Las culturas e individuos difieren en sus opiniones respecto al uso de desodorantes, y si el olor corporal natural es ofensivo. Algunas comidas como los ajos y las cebollas pueden afectar al olor corporal.






Historia del desorante:






Con más de dos siglos de existencia, el desodorante es uno de los productos imprescindibles para la higiene personal. Además de evitar situaciones incómodas y proporcionar una sensación de frescor, estos productos aportan a la piel el equilibrio perfecto gracias a sus componentes naturales.
Mucho antes de que fuera fabricado el primer desodorante, los hombres del Imperio Romano tenían sus propias fórmulas para conseguir sus mismos efectos. Así, después de lavarse se colocaban en las axilas unas almohadillas con sustancias aromáticas. Varios siglos después, a finales del S. XIX, surgió el desodorante como producto de higiene personal gracias a una mezcla de sulfato de potasio y aluminio.
Pero fue tras la segunda guerra mundial cuando su uso se generalizó prácticamente en todos los países occidentales. La marca Odorono fue la que lanzó al mercado el primer desodorante, que al principio se vendía sólo en las farmacias.
La publicidad que promovía el nuevo producto mostraba a una bella joven huyendo de su galán al comprobar que el desodorante lo había abandonado. Por primera vez los mandamientos de la higiene triunfaban y el amor “a primera vista” se convertía en amor “a primer olfato”.
A partir de ese momento empieza a surgir una amplia gama de variedades: desodorantes para las axilas, para los pies, para la higiene íntima, para el aliento, para desinfectar y aromatizar el aire, para la ropa, para el cabello, contra el tabaco, etc.

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